La chica era ciertamente joven. Incluso aparentaba menos edad de la que tenía. Su piel, tostada, refulgía la luminosidad incandescente de la juventud. Sus ojos reflejaban el brillo casi sin estrenar de las esperanzas aún vivas, la viveza de los sueños por cumplir. Ciertamente joven. Sus manos, su cuerpo, los gestos; la urgencia y compulsión de quien aún tiene más pasión que peso, más prisa que cansancio. Vida.
Llegaba un poco tarde porque la canguro se le retrasó. Con educación exquisita y trato no propio de la edad se disculpó.
Madre antes de la veintena. Menor de entre casi la media docena de hermanos. Ambiente familiar humilde y complejo. Difícil y centrípeto. Y con más impulso que fuerza salió a construir su propia historia. Con cero haber en su contabilidad, y como activo sólo una pequeña maleta de Mary Poppins de donde sacar a veces la pequeña cuna, el valor, las soluciones, los caminos y las tiritas para todos los peros y esques que se encontró. Con más valor que certeza. Ganas y amor.
Sola en esta ciudad que, aunque se dice de todos, no era la suya, vio por primera vez la cara de su pequeño. Con él, cualquier ciudad era ya suya. Imparable. Al poco se descubre gastando el bono de las horas diarias entre trabajos interminables, desplazamientos y dormir, sin apenas más que una hora al día para hacer suya su ciudad y aquel amor nuevo que era su pequeño.
Con más arrojo que miedos, con más necesidad que capricho, cambió de nuevo, no sólo de ciudad, de trabajo, sino de país y de idioma. Casilla de partida otra vez y vuelta al inicio. Maleta de Mary Poppins en ristre y su hijo a su sombra, comienza otro capítulo. Estudios y trabajo. Idioma y conciliación. Crece su amor y su hijo. Crece su alegría al contar esta parte de su vida. Su boca se ensancha y estira sonriendo todo el tiempo observando su presente. Estira las bocales y enseña los dientes en una sonrisa jovial más de satisfacción humilde que de victoria.
La chica había afrontado y superado cada uno de esos obstáculos de su corta vida con una entereza y madurez impropias. Reconocía que había sido más complicado de lo que ahora parecía, pero disimulaba cualquier atisbo de lástima, rencor o pesadumbre. Allí estaba, con una historia limpia de quejas y lamentos.
Aunque llegado un punto, las manos cayeron sobre la mesa y, tan sólo algo verdaderamente le ocupaba su pensamiento, y no era más que su pequeño. El padre, el del pequeño, no había compartido su vida con él más allá de un mes seguido cuando ya éste contaba con varios años. Fue un experimento convivencial que no soportó ese tipo que entró como un viento por puerta y salió como un suspiro por la ventana al poco.
El pequeño era un niño sano, feliz, ahora con un hogar y ambiente limpios, con una buena educación, con un buen futuro. Un niño que ya estaba creciendo y que comenzaba a realizar preguntas y reclamos de profundidad. No es justo que yo no tenga papá. Yo también quiero ver a mi papá en Navidad. ¿Va a venir a mi cumple?. ¿Por qué nunca viene a verme ni me llama?. ¿Es que mi papá no me quiere?. Una infancia que, a pesar del encomiable trabajo de esta chica, estaba saboteando un padre ausente.
Llevábamos, sin darnos cuenta, casi 2 horas de conversación cuando ella, por la hora, y yo por el corazón encogido, hicimos una pausa. Reflexionamos.
Por la parte del padre, pensamos, cómo puede una persona tener un hijo al que no le presta la más mínima atención. Cómo puede alguien arrumbar a una criatura, sacarla de su pecho y su mente y soltarla a la cuneta del olvido, como quien suelta un globo sabiendo que se perderá. No se trata del típico impago de pensiones que inunda nuestros juzgados. El caso va aún más allá. Va de que la marea de los años se acerca y sube y pasa y no hay una visita, una felicitación en cumpleaños o una tarjeta de navidad. Un desprecio e ignorancia a la existencia misma que ha llenado a ese pequeño de vacíos y ausencias.
Pero lo que de verdad importa, por la parte de ese niño, es el extraño amor a quien sólo ha demostrado desprecios y ausencias respecto de él. Un amor extranjero, un amor algo furtivo, inocente e incomprensible. Un amor emanado y no cultivado. Brotado y no construido. Un amor surgido. Un amor incluso abrazado y protegido por una madre que siempre ha pintado de blanco y algodón las soledades en las fiestas y celebraciones; maquillado por una chica madre que prefiere eso al dolor de ese pequeño, un amor destilado de impurezas por una madre disimulando cada falta de ese padre amado.
En este punto, es posible que el pequeño no sienta verdadero amor, sino que transfigure esa enormidad de ausencia en un supuesto amor, que confunda el dolor con amor, que interprete el vacío y las ganas con lo que de verdad es amar, que rellene esa oquedad que lo taladra con una especie de ficción construida a base ansias y nostalgias incluso a esa edad.
Es la hora. Llaman a la vista de juicio. Entramos. Para colmo de espinas, se celebra en rebeldía. Ausencia hasta en juicio. El fantasma ni vendrá. Dejará la sala llena. De vacíos y ausencias.